Gabriela Trejo Sánchez
Imágenes tomadas de Google

Mi maestra favorita, Gloria, era muy parecida a mi madre. Tenía cabello rizado y usaba tacones. Siempre estaban muy limpias y regañaban lo suficiente. Con mi madre aprendí valores, buena conducta, a decir la verdad y no burlarme de alguien sin antes mirarme al espejo. Con Gloria, las tablas de multiplicar fueron lo más sencillo de todo. Ella me alentó a participar en todos los concursos de aprovechamiento académico y me permitió ser miembro de honor en la escolta. Gloria también es madre y como tal nos trataba. Nunca la felicitamos un 10 de mayo, pero, cinco días después sus alumnos llevábamos toda clase de regalos para agradecer su apoyo. Y sí, también sus regaños porque los merecíamos y agradecíamos tener a alguien que nos guiara en el difícil camino primario de la educación.

Cierto es que también hay maestros que son como padres, nos guían por caminos insospechados mientras intentan que nuestras cabezas duras memoricen o, al menos recuerden, fórmulas algebraicas, tal como lo hicieron Andrés y Servando en cierta preparatoria. Otros maestros son más apreciados, según la materia de nuestro interés. Por ese mismo gusto es que recuerdo siempre a Enrique Villada, maestro de literatura y poeta mexiquense. Hombre tranquilo que muy pocas veces levantó la voz, pero con un sentido del humor bastante bueno, siempre estaba disponible para sus alumnos. Nunca presumió su obra a pesar de que los chismes rodaban, como en todas las escuelas. Al contrario, sin un cuaderno obligatorio nos mostró el primer camino hacia la literatura y la verdadera comprensión y apreciación. Sus clases eran como debía sentirse la lectura, un espacio tranquilo donde descansar del día agitado y confuso. Años después, descubrí que su personalidad estaba tan presente en su obra que uno no puede dejar de pensar en sus clases mientras lee sus poemas, comprobé que tenía razón cuando dijo que la literatura podía ser todo, conocimiento, cultura y puerta a todos los mundos. Sus libros, que van desde la poesía hasta el ensayo y el cuento son pocos y como él mismo, silenciosos y alejados de todo lo que sea presunción, íntimos, asombrosos y con esa capacidad de descubrirnos en cada línea un mundo distinto y luminoso.

Otros alumnos, sin duda, han tenido la misma buena suerte cuando la poeta chilena, Gabriela Mistral, fue la encargada de su clase. Su obra, intensa y desolada se inspira también en el maltrato que recibían los indígenas de un pueblo chileno al cual fue asignada como directora escolar. Y fue esta misma poesía, cargada de dolor, sentimiento maternal y sentido humano la que le hizo merecedora del premio Nobel de literatura. Cuán grande debió ser el sentimiento de todos esos jóvenes que tuvieron la posibilidad de escuchar las palabras de Mistral, sus regaños y consejos al reconocer a su maestra en esa mujer ovacionada a nivel mundial.

Leer Desolación es la mejor apuesta para conocer no sólo a la gran maestra que fue sino los sentimientos que plasma en cada uno de los poemas que incluye en el libro y que van desde el dolor hasta la tragedia. Y, si el gusto es mucho, se puede seguir con Lecturas para mujeres destinadas a la enseñanza del lenguaje, libro que a modo de antología buscaba ayudar a las niñas y mujeres que en su época no tenían las mismas posibilidades que los hombres para adquirir material académico para sus estudios.